Hay más dicha en dar que en recibir. Y cuando damos sin ningún interés en particular, la dicha es más grande, pues emulamos al Creador, quien por pura misericordia (Rav Jésed) nos ha dado el don de la vida. Aunque este nivel de misericordia nunca lo podamos imitar por nuestra finitud, nuestra existencia misma se sustenta en la misericordia. Cuando hacemos actos de bondad o de misericordia revelamos o materializamos energías que están ocultas.
Jésed es la dimensión del dar, de la misericordia, de la bondad, del amor, del perdón. El Salmo 89:2 dice “tu misericordia (Jésed) se mantendrá firme en los cielos” por lo que podemos decir que el mundo se estableció por Jésed, por su Misericordia. Sin Jésed no hay creación. Cuando hacemos actos de bondad bajamos el Reino de los Cielos a la tierra manteniendo así su equilibrio. Esta dimensión es una de las más mal entendidas, pues se nos enseña mucho en pensar en el otro, en ayudar al otro. Y está bien, pero el dar sin límites nos puede autodestruir o destruir a otros. Es por eso que necesitamos de una Biná (inteligencia) qué nos ayude a potenciar nuestro dar poniendo límites. Cuando damos nos volvemos sabios. Pero debemos de ser conscientes que cuando damos sin medida creamos un desequilibrio que puede ser mortal. ¿Por qué? ¿Cómo es que un bien puede convertirse en un mal? No puedo dar de lo que no tengo. No puedo dar a otros si no me doy a mí primero.
Muchos piensan que cuando limitamos nuestro dar lo reducimos, pero en realidad lo estamos potenciando. No podemos dar sin medida. No podemos desbordarnos en dar. De Hecho, en la primera contracción (tzimtzum álef), el Infinito dio con tanta potencia que hubo un caos. Las energías tuvieron que rectificar, ralentizarse y dar con medida para que la existencia fuera posible. Buda decía “ayuda un poco a las personas y les harás bien, ayúdalos demasiado y les harás un daño irreparable.» A veces no nos damos cuenta del error en que caemos cuando ayudamos sin inteligencia o sin medida, pues con el afán de ayudar terminamos asumiendo las responsabilidades del otro lo que puede terminar destruyéndolo. La mucha ayuda puede crear el efecto contrario en una persona porque puede crearle una dependencia hacia otros, y volverlos inseguros o que no logren su autonomía e independencia. Debemos de dar lo que él otro necesita recibir, no lo que nosotros pensamos que necesita.
Por otro lado, si ayudamos sobrepasando nuestros límites corremos el riesgo de destruirnos a nosotros mismos, como lo dicen los sabios de Israel “ayuda a tu prójimo todo cuánto puedas, sin exponerte por ello a caer en la necesidad de ser luego socorrido” (Arajim 28).[1] Si damos más de lo que tenemos, en el ámbito material, corremos el peligro de quedarnos sin sustento y luego ser nosotros los que necesitemos de ayuda. Se trata de ayudar a las personas a salir del problema, no en volvernos otros necesitados. Si damos más de lo que tenemos en el ámbito emocional, podemos quedarnos secos y luego ser nosotros los que necesitemos de auxilio.
Entonces, ¿Qué hacemos? ¿Dejamos de dar, de ayudar para no disminuirnos o empequeñecernos? Al contrario, eso nos debilitaría, cuando dejamos de dar podemos quebrarnos como un recipiente que recibe tanto hasta el grado de romperse, necesitamos dar para seguir recibiendo. Cuando somos misericordiosos es que somos fuertes pues equilibramos este mundo. Como dije antes, la creación misma se sostiene por Jésed, lo que debemos hacer es aprender a poner límites en nuestro dar para potenciarlo, debemos de dar con sabiduría. En la dimensión de Jésed podemos transgredir por defecto: ser egoísta y no dar, o por exceso: dar más de lo que podemos dar. En ese caso, como diría Rab. Abraham Kook “Prefiero pecar por amor gratuito que por odio gratuito.” [2]
Por: Ethel Turcios / Profesora de Cábala en El Centro de Cábala Etz Jayím
[1] Sabán Mario, Sod 22, Pág. 255
[2] Sabán Mario, Maasé Bereshit, Pág. 273